En nuestra profesión, nada es permanente… ni siquiera los mismos traductores. Hace 10 años, cuando empezaba mi camino profesional, la industria estaba atravesada por la irrupción de la traducción automática neuronal, que venía a quitarle espacio a la traducción automática estadística, el modelo en uso y que dejaba bastante que desear. En ese momento, como traductora recién recibida, sentía que tenía que tomar una decisión: o me plantaba en contra de la traducción automática y la posedición, o traicionaba a mis colegas aceptando esos proyectos —o al menos, eso era lo que se sentía en el ambiente—. Había cierto recelo, una sensación de que aceptar la posedición era “ceder terreno” a las máquinas y a prácticas desleales.
Con el tiempo, la realidad del mercado y el aprendizaje constante fueron cambiando mi mirada. Participar en congresos, capacitaciones y conversaciones con otros profesionales me ayudó a entender mejor el proceso, las expectativas y, sobre todo, las oportunidades que podía ofrecer. Me di cuenta de que no se trataba de “traducir o poseditar” sino que podía brindar los dos servicios sin dejar de ser profesional.
De a poco, empecé a aceptar proyectos de traducción automática y posedición de agencias argentinas. Algunas de ellas enviaban comentarios que me permitían aprender; otras, no. Pero todo me ayudó a “agarrarle la mano” (y el “gusto”) a la posedición de traducción automática.
Después de algunos años de ofrecer este servicio, llegó otro desafío: un proyecto de posedición en el que los documentos de origen y de destino estaban en Word, y no en una herramienta de traducción asistida, como estaba acostumbrada. Es decir, el cliente me enviaba dos documentos: el documento fuente y el documento traducido automáticamente, y yo tenía que trabajar con los dos en paralelo. Fue un dolor de cabeza, pero también fue un punto de inflexión que me hizo preguntarme: ¿por qué solo recibo la traducción automática lista? ¿Por qué no la ofrezco yo como un servicio más? ¿Acaso yo como traductora independiente puedo tener acceso a esa tecnología? ¿O es restrictiva para empresas?
Ese proyecto fue el puntapié inicial para empezar a investigar y jugar un poco con las opciones disponibles. La premisa siempre fue buscar un proveedor bueno, asequible, fácil de usar y que me asegurara la confidencialidad y la privacidad que exigían mis datos. Desde entonces, en Shift, incorporamos la traducción automática a nuestros propios procesos. Esto nos permitió ofrecer una solución viable a clientes directos con presupuestos más ajustados o a clientes con requerimientos urgentes, sin resignar calidad ni profesionalismo.
Un mercado en transformación
Hoy, la posedición ya no es un nicho ni un servicio que solo algunos colegas ofrecen, aunque algunos todavía se rehúsan a aceptar proyectos de este tipo. Desde mi experiencia, la demanda de posedición iguala —o incluso supera— la de la traducción humana tradicional. Pero, como establecimos al principio, nada es permanente.
Cuando la industria se había asentado un poco y empezábamos a incorporar más rápidamente la traducción automática neuronal, llegó un nuevo jugador: la inteligencia artificial generativa y los grandes modelos de lenguaje (como ChatGPT o Copilot) cambiaron la forma en que se producen y gestionan las traducciones, y el mercado todavía está encontrando su punto de equilibrio.
No voy a negar que esta nueva realidad afectó nuestro trabajo: desde el flujo de trabajo hasta la forma de traducir y poseditar se vieron afectadas, e, incluso, la imagen de los traductores empezó a “perder vigencia” entre algunas personas entusiasmadas por los avances de la IA y “lo bien que hace todo”.
En mi caso y el de muchos colegas con quienes hablo, el año pasado vimos una caída importante en la demanda, impulsada, entre otros factores, por la euforia inicial de la IA. Pero este año, el panorama empezó a estabilizarse. El péndulo parece volver al centro: las empresas y organizaciones están descubriendo que la IA puede ser muy útil, pero no puede aplicarse sin supervisión ni criterio profesional, especialmente en los casos de textos delicados, confidenciales o con consecuencias legales graves.
Ante este escenario, la respuesta instintiva sería la negación. Pero estoy convencida de que el rechazo desmedido no logrará nada. Por el contrario, la adaptación nos dará un lugar en la mesa y una ventaja competitiva: debemos aprender, experimentar, jugar con las herramientas, entender cómo las usan los clientes y cómo podemos incorporarlas a nuestros procesos. Debemos usar la IA en nuestro beneficio.
Como en toda batalla (si queremos ponernos bélicos y ver a la IA como enemiga), tenemos que conocer a qué y a quién nos enfrentamos; la clave para que no nos reemplace la IA es estar un paso adelante, entenderla, saber usarla y, aún más importante, saber cómo se equivoca y dónde falla. Podríamos decir que el conocimiento sobre estas herramientas se volvió parte de la alfabetización profesional del traductor. Ya no alcanza con dominar los idiomas, los métodos de traducción y las herramientas CAT, sino que también es necesario entender cómo se genera, evalúa y mejora un texto producido por IA, y qué otras herramientas de inteligencia artificial podemos incorporar a nuestros procesos para aumentar la calidad, agilizar nuestro trabajo y ofrecer lo que el cliente necesita.
Productividad y ganancia
Así como hay tantas buenas traducciones como buenos traductores, también hay tantas preferencias de trabajo como lingüistas. No todos los traductores disfrutan del trabajo de posedición o la integración con la IA, y eso es válido. Algunos prefieren traducir desde cero; otros disfrutan del desafío de optimizar un texto generado por software. Sin embargo, veo que cada vez más colegas la incorporan como un servicio más dentro de su oferta, entendiendo que puede ser una oportunidad de especialización.
Ante la solicitud más frecuente de servicios de posedición, nos toca preguntarnos: ¿se puede “llegar a fin de mes” haciendo posedición?
Y, como se imaginarán, la respuesta es “depende”. Hay muchos factores que inciden en cuánto se puede ganar por hora, por proyecto y por mes: la calidad del motor de traducción (que afectará directamente el tiempo necesario para poseditar), el tipo de texto, el estado del archivo, la herramienta de trabajo, la experiencia y especialización del profesional y las tarifas. Cuando todos esos elementos se alinean —buena calidad de traducción automática, un tipo de texto con buena redacción, una CAT fácil de usar, un traductor especializado y una tarifa coherente (entre el 70 % y 80 % de la tarifa de traducción)—, la productividad puede ser igual o incluso superior a la de una traducción estándar. Además, con la práctica, se puede poseditar cada vez más rápido, lo que también afectará la productividad y las ganancias por hora. Por otro lado, este tipo de herramientas nos permiten “delegar” las tareas más simples y ocuparnos de las más importantes: la máquina redacta el texto base, y los profesionales nos dedicamos a mejorarlo y corregir errores indetectables incluso para una IA.
Por todo esto, es fundamental conocer la propia productividad: cuántas palabras se pueden traducir o poseditar por hora y cuál es el ingreso real por ese tiempo. Esto permitirá determinar si realmente es un servicio rentable o si debemos ajustar algún aspecto (tiempo de trabajo, tarifas o especialización, por ejemplo).
Las ventajas de los traductores frente a la IA
Muchos colegas simplemente aceptan el encargo de posedición y trabajan sobre el texto ya pretraducido, pero otros buscan incrementar más las ganancias y la oferta, y empiezan a ofrecer también el paso de traducción automática. Esto último es especialmente útil cuando se trabaja con clientes directos, que pueden tener menos presupuesto o mayor urgencia. En este caso, será el mismo traductor quien deba determinar si los documentos del cliente son apropiados para traducción automática, elegir las herramientas y seleccionar el proveedor de traducción automática. Es aquí donde los traductores podemos resaltar el valor humano frente a la IA.
Los clientes pueden preguntarse: “¿para qué pagarle a una traductora si ella lo va traducir con IA? ¿Por qué no lo hago yo directamente?”. La respuesta es sencilla: porque no todo se trata de palabras.
Los traductores aportamos conocimiento lingüístico, cultural y contextual. Ofrecemos atención personalizada, empatía, un ida y vuelta y la calidez humana que ninguna herramienta puede replicar. A las herramientas de IA se les puede dar indicaciones y prompts, pero los traductores sabemos qué preguntarle al cliente para asegurarnos de que nuestra traducción pueda alcanzar sus expectativas.
Además de la competencia lingüística y cultural, los traductores también llevamos a la mesa la competencia tecnológica que nos permite elegir los programas y las mejores formas para procesar los documentos de los clientes. Debemos entender de privacidad y confidencialidad, y tenemos que transmitir eso a nuestros clientes. Compartir los datos con un proveedor de IA significa compartirlos con un tercero que seguramente los use para entrenar sus motores y procesos; es decir, si el cliente usa cualquier servicio en línea, estará cargando su información personal y confidencial en sistemas que tendrán acceso a ella. En cambio, si trabaja con una traductora que se encarga del paso de traducción, puede asegurarse de que sus datos estén cuidados y protegidos, y que se procesen con proveedores que aseguren respetar la privacidad y confidencialidad de la información.
En el ámbito de los nuevos sistemas de traducción automática con grandes modelos del lenguaje, convergen todas las competencias de los traductores. La tecnología evoluciona rápido: hoy existen sistemas que aprenden de las correcciones del traductor, integran glosarios automáticamente y permiten personalizar el tono, la audiencia o el nivel de formalidad del texto. Además, algunos proveedores incorporan controles de calidad impulsados por IA, capaces de detectar errores de sentido, omisiones o expresiones poco naturales que antes solo podían encontrarse con revisión humana. Todo esto afecta la calidad final de la traducción, pero para poder sacarle ventaja real, es necesario entender qué se debe corregir, perfeccionar o indicar: nuevamente, la pericia de los traductores es central en esto.
Por último, existen aspectos que la IA no puede cubrir, como la certificación profesional o la responsabilidad legal de una traducción. En los casos de documentos que deben estar certificados por un profesional o por una asociación profesional, o cuando una mala traducción puede resultar en problemas legales graves, entre otros casos delicados, es fundamental contar con un traductor humano.
Como profesionales, debemos poder acompañar y asesorar a nuestros clientes en este “nuevo mundo de la IA” —en especial, a los clientes directos—. Si bien nuestra profesión es una de las más antiguas, muchas veces el mundo no entiende bien qué hacemos. Es aquí donde debemos demostrar profesionalismo y tomarnos el tiempo de compartir con los clientes cuál es nuestra función y cuál es nuestro valor y diferencial ante la IA.
Una traducción más humana con herramientas más inteligentes
La posedición y la inteligencia artificial no representan el fin de la traducción humana, sino una (r)evolución en la industria. Las herramientas se vuelven más inteligentes, pero el juicio, la sensibilidad y la ética siguen siendo humanos. La clave no es competir con la IA, sino posicionarse como profesionales que la entienden, la gestionan y la utilizan para mejorar resultados.
Disclaimer: sí, usé IA para organizar algunas ideas. No, ChatGPT no escribió el artículo: simplemente, me gusta usar rayas. La imagen fue generada por ChatGPT.


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